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LA PERMANENCIA DEL CAMBIO
El ejercicio profesional de la arquitectura, en nuestro país, está sujeto a turbulencias y fluctuaciones determinadas por las intermitentes crisis político-económicas que dificultan la producción de estándares operativos con la continuidad histórica necesaria. Son esas discontinuidades las que marcan y dejan huellas en el espectro de posibilidades de las acciones prácticas, entre las que se inscriben la disciplina y otros saberes de incidencia en el medio.
Sin embargo, hay un sustrato cultural, mediatizado por un campo intelectual con relativa coherencia interna que permite a algunas formaciones intermedias persistir en sus propuestas e interactuar en forma exitosa con tales contextos de crisis. Este es el caso del estudio ByL que, consistente e inteligentemente, contribuyó a construir una mirada y una “praxis” del proyecto arquitectónico con momentos de singular intensidad en la concepción de un pensamiento específico. En efecto, es imposible separar su obra de un modo de conocer que fue mutando desde las teorías sistémicas, indagadas meticulosamente en sus aspectos técnicos y retóricos, hasta las actuales condensaciones de sentido estructuradas sobre la base de nuevos programas “formateados” dentro de esta fase global del desarrollo de la cultura arquitectónica.
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LA CELEBRACIÓN DEL LUGAR
La obra de Miguel Ángel Roca (MAR) compone un conjunto singular que no tiene paralelismos en el país. Tal vez su característica principal provenga de una formación ajena al común denominador de las escuelas de arquitectura nacionales.
Graduado en la Facultad de Arquitectura de Córdoba en 1963, MAR realizó un Máster en Filadelfia con el reconocido arquitecto Louis Kahn, con quien también trabajó durante un año. Indudablemente esa experiencia marcó al joven Roca y eso se ve con claridad en sus primeras obras. Pero la simiente de Kahn hay que rastrearla en la forma y la predisposición de MAR por el orden geométrico y la jerarquización morfológica. La producción de Louis Kahn forma parte de un capítulo muy especial del desarrollo moderno de la arquitectura y su enseñanza es más bien filosófica. Para el maestro no existían fórmulas, existía la reflexión profunda ante cada problema de arquitectura. Solía decir a sus alumnos: “Las distinciones entre lo que es mensurable y lo que no, entre la forma y el concepto, entre espacios sirvientes y espacios dominantes son sólo clasificaciones para precisar mejor las ideas. En realidad, el espíritu no divide, tiende siempre a considerar la unidad de las cosas”.
Quiso el destino que ese respeto por “la unidad de las cosas”, aprendido de su maestro, encontrara en MAR un campo fértil a fines de los setenta y durante los ochenta, cuando el Posmodernismo abría la puerta de la historia, esa puerta que había cerrado el Movimiento Moderno de un sonoro portazo.
Así, la obra del primer MAR nos muestra un llamativo esfuerzo por el manejo de las formas y la función, sin establecer la correspondencia entre ambas que una supuesta ortodoxia moderna podía exigir; esfuerzo que sostuvo siempre dirigido a definir el valor simbólico de la morfología. Para MAR, la forma es un espléndido vehículo de identidad.
EL VÉRTIGO EXPERIMENTAL DEL HACER
Si hay algo que caracteriza la obstinada búsqueda en esta dilatada trayectoria profesional y académica es el tono seductor que, desde un perfil experimental, los integrantes de M/SG/S/S/S han impuesto como marca de una constante provocación a los estereotipos dominantes.
En los inicios de ese “terremoto cultural” que fueron los finales de los años cincuenta y principio de los sesenta, eclosionaba uno de los estudios de arquitectura argentina cuya épica del “codo a codo”, sostenida tenazmente hasta el presente, no ha cesado de pensar, producir y construir obras de notable concepción, asumida como referencias permanentes por las jóvenes generaciones de arquitectos.
M/SG/S/S/S se situó en el punto de intersección entre la construcción de un pensamiento arquitectónico en las universidades y las realizaciones concretas del campo profesional. Desde allí, la producción de conocimiento del estudio se ubicó entre las más desarrolladas del campo de la cultura arquitectónica local. Dotado de un sincronismo particular para identificar las direcciones de trabajo más renovadoras, el estudio se ha instalado como una “máquina productiva” en la que los delicados equilibrios entre la disolución de la disciplina o su fetichización se resuelven mediante una infrecuente y talentosa búsqueda de innovación en las formas, lenguajes y técnicas.
LA PERMANENCIA DEL CAMBIO
